martes, 5 de febrero de 2013

Epílogo


                

Mathew salió a pasear. La calle estaba vacía, apenas unos coches recorrían la carretera sin un rumbo aparente. Notaba el aire gélido sobre su rostro, cortándole la piel de su rostro recién afeitado. Con mucho cuidado se subió el ala de su abrigo para cubrirse la cara. Acarició suavemente su bufanda de color negro y en un acto reflejo se metió la manos en los bolsillos.


Miraba atentamente la oscuridad buscándola. Sabía a que hora salía del trabajo. Llevaba días siguiéndola y ya conocía su rutina diaria.


Entonces la vio, su menudo cuerpo corría rápidamente por el paso de cebra intentando esquivar coches fantasma. Se movía deprisa, y eso le gustaba. La veía muy frágil, casi etérea sobre el asfalto. Sin hacer ruido, se fue acercando. Notaba como su miedo empezaba a caer sobre la joven. En unos segundos estaría entre sus manos, y eso le producía una extraña excitación. Sentía su corazón palpitar rápidamente mientras la distancia que los separaba se iba acortando. Estaba tan cerca que podía oír su respiración agitada a causa del pánico.


Ya la tenía cerca, alargó su mano sobre su hombro y la tiró al suelo. O él era muy fuerte o el susto le había hecho perder el equilibrio. Un golpe seco sonó en el silencio de la noche, estaba inconsciente.


Mathew la miraba tiernamente. Le acarició la cara. Le encantaba notar el tacto de su piel. Con sumo cuidado se la llevó hacia una zona apartada de la luz, entre unos coches. Allí sabía que podía dar rienda suelta a sus deseos más íntimos.


Se quitó la bufanda y la desplazo debajo de su cuello. Cuando tubo las puntas entre sus manos, hizo un nudo y empezó a apretar con todas sus fuerzas. Vio como ella abria los ojos aterrada, sentía como el aire se escapaba entre sus dientes, veía y sentía la vida entre sus manos y eso le gustó. Ella intentó golpearle para escapar, pero las piernas de él la apresaban con demasiada fuerza e impedían que se moviese. Poco a poco dejó de luchar. Sus brazos cayeron lentamente sobre el asfalto. Cuando dejo de respirar se sintió aliviado. No le gustaba el proceso, pero sabía que era necesario para llegar al punto que realmente le excitaba.


Se sacó de uno de sus bolsillos un bisturí. Bajo la tenue luz de las vacías calles, brillaba como una joya. Se quedó mirándolo unos segundos, como si admirase la belleza de ese instrumento.


En silencio apartó la ropa que cubría sus brazos y desplazó el bisturí sobre ellos.


Cuando terminó dejó un pequeño regalo sobre ella, tenía esa necesidad. Pensaba que ella le había dado algo y por lo tanto, el debía devolverle el favor. Pero eso no se lo podía decir a su madre, se hubiera puesto furiosa. Sabía que el presente que la joven le había dado, la haría feliz, pero nunca le diría que le había dado a cambio.


Se levantó con su trofeo y decidió volver a casa, a guardar esas piezas del rompecabezas en una caja, para que cuando tuviera todas las piezas, poder devolver a su madre lo que él rompió de pequeño.




1 comentario:

  1. Uff... me he quedado helada. ¡Que bien describes! Lo haces con una frialdad y objetividad digna de un cirujano. Ah! el dibujo muy chulo, tiene un aire a Clive Owen....

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