viernes, 8 de marzo de 2013

Las piedrecitas asesinas de la estratosfera

¿Quién no ha sufrido la experiencia de pasear por la calle y comprobar "in situ" el voraz ataque de un granizo cayendo fuertemente sobre su paraguas?

Hoy vamos a relatar el caso de un grupo de piedrecitas kamikazes dispuestas a sabotear la plácida vida una persona cualquiera, en una ciudad cualquiera, una tarde cualquiera...


Alicia iba tranquilamente hacía su trabajo. Como un día normal, después de comer y haber descansado un poco, salió del metro con paso firme en su habitual recorrido por las calles. Las previsiones del tiempo anunciaban algo de lluvia, pero no se llevó el paraguas, pensaba que no iba a ser nada desagradable sentir un poco de agua sobre su piel.

El cielo estaba oscuro, aportando una tonalidad ocre a todo lo que le rodeaba. Le encantaba ese ambiente prelluvioso que la estaba acompañando.

Miró al cielo, en parte buscando una respuesta a sus más íntimas preguntas como para comprobar si le daría tiempo de llegar sin apenas mojarse, cuando una molesta piedrecita, helada y húmeda golpeo salvajemente su frente. Agitó la cabeza y miró al suelo. Allí estaba, mirándola desafiante.

Alicia se sintió estúpida. Era imposible que un poco de granizo la mirase de esa forma. Así que decidió pisarla sin compasión y seguir su camino. A los pocos segundos de realizar ese atroz asesinato, cientos de amigas de la primera piedrecita helada, empezaron a caer furiosas sobre la reciente asesina.

La mujer intentó taparse la cabeza, pues la caída libre del granizo le estaba empezando a doler bastante. En vano intentó refugiarse bajo algún resorte pero no había ningún lugar destinado a protegerla. Mientras tanto, iba cayendo fuertemente el granizo. Sintió como algunas piedrecitas se le introdujeron dentro del zapato. Incluso le pareció escuchar palabras de venganza sobre sus hombros cubiertos de hielo y agua. A medida de iban cayendo, algunas sobrevivían a la descongelación y otras en cambio sucumbían sin remedio al estado líquido.

Alicia sintió un frío atroz recorriendo desde los talones hasta lo alto de sus piernas. Miró hacia sus pantalones pensando que se estaban mojando, pero lo que pudo contemplar fue escalofriante. Sus extremidades inferiores estaban adquiriendo un tono blanquecino. Sentía como ese frío se estaba apoderando lentamente de ella y cada vez le costaba más trabajo andar. Entumecida, intentó pedir ayuda, pero estaba sola en medio de la calle. Todo el mundo se había refugiado en algún lugar y ella, en cambio, medio helada, mojada y sin apenas poder moverse, testigo y víctima al mismo tiempo de una venganza proveniente de la estratosfera por la muerte de una simple piedra de hielo.

El cielo se estaba oscureciendo aún más y Alicia apenas podía ya moverse; el suelo cubierto por un hermoso tapiz de hielo y en medio de la nada, una figura cada vez más blanca con un rostro azulado por el frío.

Unos segundos antes de cerrar definitivamente sus ojos, Alicia pudo escuchar una aguda voz decir:

-¡Gruuu ñiiiiii guuuuu iiiiiiiaaaaaaa!


Al cabo de las horas, la noche inundó la ciudad, dejó de granizar, dejó de llover y la ciudad volvió a la normalidad. Pero en medio de la calle quedó una marca que evidenciaba el terrible final de esa mujer. Los ancianos afirman que aún hoy en día, cuando el bravucón cielo oscurece, sus crueles hijas bajan a la tierra dispuestas a agujerear los cráneos de los pobres viandantes que se pasean sin paraguas los días en los que la lluvia amenaza su ordinaria vida.



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